Cuando la Frijolita tenía por ahí de dos o tres meses, recuerdo que el esposo me dijo "I can't wait to have another baby" y que un escalofrío de terror me recorrió la espalda... ¿otrooooooooo? "You have to be frigging kidding me!!!", le dije, y se me quedó viendo con total desconcierto porque antes de que naciera la Frijolita ya habíamos discutido que queríamos tener dos hijos.. quizá tres ¿qué me pasaba entonces?
Bueno, pasaba que la cicatriz de la cesárea todavía no sanaba por completo y no podía realizar mis actividades normales que incluyen andar como chango de un lado a otro, pasaba que estaba a nada de botar la lactancia porque no estaba funcionando para ninguna de las dos, pasaba que llevaba meses, desde que estaba embarazada, que no había dormido nada bien, estaba exhausta y adolorida. Con tal estado de ánimo, la idea de un segundo bebé me parecía una locura ¡si apenas podía con la Frijolita! Claro, la felicidad inundaba nuestras vidas como nunca antes, pero a la vez, nos enfrentábamos a la realidad de que un hijo revoluciona tu vida de una manera que no te esperas por mucho que te lo cuenten.
Así que pasé meses pensando que a lo mejor estábamos mejor así, con una hija, además de que, confieso, empezaba a ponerme nerviosa la idea de que el siguiente fuera niño porque ¡no sé nada de niños! Soy una Girlie Girl total y absoluta, a mí pónganme una niña enfrente, de cualquier edad, y soy feliz; vestiditos, holanes, muñecas, cosas rosas y moradas son lo mío. Las niñas son tiernas, bonitas y cariñosas, los niños... no sé.
Pongamos como ejemplo al hijastro, pobre del hijastro, que la primera vez que se quedó solo conmigo por unas horas terminó jugando con mis collares y aretes ante mi total ineptitud de idear un juego más "varonil". Los niños, de acuerdo a mi nula experiencia, son flatulencias, raspones, pistolitas de juguete, agresividad, desorden y desobediencia. ¿Yo tener uno? Uuuuhhhhmmmm, no.
Pero el tiempo ha ido pasando y la Frijolita crece más y más. Su carita de bebé se va transformando en la carita de una niña, ya camina sin ayuda por el súper y comienza a hablar. Algo raro, muy raro comenzó a pasar al tiempo que mi Frijolita se ha ido despegando de la etiqueta de "baby" para entrar en la de "toddler", algo que, estoy segura, es una conspiración de la naturaleza.
De repente, me dieron ganas de tener otro bebé en mi vida; otro bodoquito con los puñitos y los ojos cerrados, que solo duerme, come y hace pipí y popó, una personita chiquita chiquita que casi no pesa (ahora me cuesta imaginar la época en que la Frijolita era así de pequeña), otra carita arrugada con una boquita sin dientes.
A la vez, nos entró la convicción de que podemos hacer esto otra vez ¡y mejor! Sí claro, porque esta vez ya sé a lo que voy, ya sé cómo cambiar pañales, bañar recién nacidos, cortar uñitas y dar de comer. Ya soy una experta. También sé cuáles son los errores más fáciles de cometer y conozco bien las cosas que me hubiera gustado hacer mejor.
Pero el último factor que me hizo decidirme por tener otro hijo fue la "amnesia cortesía de Mamá Naturaleza". Ya me lo había dicho una amiga... todo se te olvida, de repente, un día ya no te acuerdas de los meses que pasaste vaciando las entrañas por todos lados gracias a las náuseas, ni de las noches parándote cada hora para ir al baño, ni de los tantos dolores que a veces nos aquejan en el embarazo, ni te acuerdas del dolor indescriptible del parto o la cesárea... y ahí vas otra vez.
Bueno, decir que se nos olvida es una exageración, claro que recordamos los hechos, pero las sensaciones son casi imposibles de revivir, así que, por lo menos en mi caso, aunque me acuerdo bien que a partir del sexto mes no podía caminar bien porque mi pierna izquierda no estaba soportando bien el peso, y recuerdo que al día siguiente de la cesárea, cuando me quitaron por completo la anestesia, quería pedir a gritos que alguien tuviera piedad de mí y me diera un tiro, y también recuerdo el dolor durante la lactancia, los pezones sangrantes y agrietados, los pechos hinchados y adoloridos que no toleraban ni el roce del agua en la regadera, la verdad es que "no me acuerdo bien" cómo dolía y una parte de mí dice "meeeeh, si sobreviví esa ocasión, sobrevivo esta". Ese es, según una amiga mía diría, el truco de Mamá Naturaleza, que todo el dolor y todas las molestias se quedan en tu mente como un recuerdo más y un buen día queda tan atrás que dices "yo puedo hacer esto otra vez".
¿Acaso entonces la decisión de tener otro hijo está influenciada en parte por esa sensación que nos invade como padres de estar mejor preparados y de poder mejorar, de esa "amnesia" que nos convence de que no estuvo todo tan mal la primera vez y de esa nostalgia que surge al ver crecer a los hijos? Puede ser.
Sea como sea, llegó el momento en que la idea de otro bebé, en lugar de aterrorizarme, me llenaba de emoción y comenzó la labor de buscar un segundo embarazo.
Para mi enorme sorpresa -y para orgullo del esposo- éste llegó mucho más rápido de lo que yo pensaba y ahora, nos preparamos para recibir nuestro segundo torbellino, nuestro Borreguito (nos gustan los borreguitos, cosa de familia). A ver si es cierto que estamos listos para todo, ya les contaré.
Bueno, pasaba que la cicatriz de la cesárea todavía no sanaba por completo y no podía realizar mis actividades normales que incluyen andar como chango de un lado a otro, pasaba que estaba a nada de botar la lactancia porque no estaba funcionando para ninguna de las dos, pasaba que llevaba meses, desde que estaba embarazada, que no había dormido nada bien, estaba exhausta y adolorida. Con tal estado de ánimo, la idea de un segundo bebé me parecía una locura ¡si apenas podía con la Frijolita! Claro, la felicidad inundaba nuestras vidas como nunca antes, pero a la vez, nos enfrentábamos a la realidad de que un hijo revoluciona tu vida de una manera que no te esperas por mucho que te lo cuenten.
Así que pasé meses pensando que a lo mejor estábamos mejor así, con una hija, además de que, confieso, empezaba a ponerme nerviosa la idea de que el siguiente fuera niño porque ¡no sé nada de niños! Soy una Girlie Girl total y absoluta, a mí pónganme una niña enfrente, de cualquier edad, y soy feliz; vestiditos, holanes, muñecas, cosas rosas y moradas son lo mío. Las niñas son tiernas, bonitas y cariñosas, los niños... no sé.
Pongamos como ejemplo al hijastro, pobre del hijastro, que la primera vez que se quedó solo conmigo por unas horas terminó jugando con mis collares y aretes ante mi total ineptitud de idear un juego más "varonil". Los niños, de acuerdo a mi nula experiencia, son flatulencias, raspones, pistolitas de juguete, agresividad, desorden y desobediencia. ¿Yo tener uno? Uuuuhhhhmmmm, no.
Pero el tiempo ha ido pasando y la Frijolita crece más y más. Su carita de bebé se va transformando en la carita de una niña, ya camina sin ayuda por el súper y comienza a hablar. Algo raro, muy raro comenzó a pasar al tiempo que mi Frijolita se ha ido despegando de la etiqueta de "baby" para entrar en la de "toddler", algo que, estoy segura, es una conspiración de la naturaleza.
De repente, me dieron ganas de tener otro bebé en mi vida; otro bodoquito con los puñitos y los ojos cerrados, que solo duerme, come y hace pipí y popó, una personita chiquita chiquita que casi no pesa (ahora me cuesta imaginar la época en que la Frijolita era así de pequeña), otra carita arrugada con una boquita sin dientes.
A la vez, nos entró la convicción de que podemos hacer esto otra vez ¡y mejor! Sí claro, porque esta vez ya sé a lo que voy, ya sé cómo cambiar pañales, bañar recién nacidos, cortar uñitas y dar de comer. Ya soy una experta. También sé cuáles son los errores más fáciles de cometer y conozco bien las cosas que me hubiera gustado hacer mejor.
Pero el último factor que me hizo decidirme por tener otro hijo fue la "amnesia cortesía de Mamá Naturaleza". Ya me lo había dicho una amiga... todo se te olvida, de repente, un día ya no te acuerdas de los meses que pasaste vaciando las entrañas por todos lados gracias a las náuseas, ni de las noches parándote cada hora para ir al baño, ni de los tantos dolores que a veces nos aquejan en el embarazo, ni te acuerdas del dolor indescriptible del parto o la cesárea... y ahí vas otra vez.
Bueno, decir que se nos olvida es una exageración, claro que recordamos los hechos, pero las sensaciones son casi imposibles de revivir, así que, por lo menos en mi caso, aunque me acuerdo bien que a partir del sexto mes no podía caminar bien porque mi pierna izquierda no estaba soportando bien el peso, y recuerdo que al día siguiente de la cesárea, cuando me quitaron por completo la anestesia, quería pedir a gritos que alguien tuviera piedad de mí y me diera un tiro, y también recuerdo el dolor durante la lactancia, los pezones sangrantes y agrietados, los pechos hinchados y adoloridos que no toleraban ni el roce del agua en la regadera, la verdad es que "no me acuerdo bien" cómo dolía y una parte de mí dice "meeeeh, si sobreviví esa ocasión, sobrevivo esta". Ese es, según una amiga mía diría, el truco de Mamá Naturaleza, que todo el dolor y todas las molestias se quedan en tu mente como un recuerdo más y un buen día queda tan atrás que dices "yo puedo hacer esto otra vez".
¿Acaso entonces la decisión de tener otro hijo está influenciada en parte por esa sensación que nos invade como padres de estar mejor preparados y de poder mejorar, de esa "amnesia" que nos convence de que no estuvo todo tan mal la primera vez y de esa nostalgia que surge al ver crecer a los hijos? Puede ser.
Sea como sea, llegó el momento en que la idea de otro bebé, en lugar de aterrorizarme, me llenaba de emoción y comenzó la labor de buscar un segundo embarazo.
Para mi enorme sorpresa -y para orgullo del esposo- éste llegó mucho más rápido de lo que yo pensaba y ahora, nos preparamos para recibir nuestro segundo torbellino, nuestro Borreguito (nos gustan los borreguitos, cosa de familia). A ver si es cierto que estamos listos para todo, ya les contaré.