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Friday, August 1, 2014

Mezcla para waffles (medio) saludable

No sé ustedes, pero yo AMO los hotcakes y los waffles. A mis hijos también les encantan y muchas mañanas me despiertan con un "we want pancakes!!!" así que siempre hay una cajita de harina para hotcakes en la alacena.



Pero un día que particularmente querían hotcakes, resultó que ya no había harina y me apaniqué por un momento, pero luego acudí a la página de mi amada Martha Stewart y encontré una receta para hacer el harina en casa. Ya nunca más comer hotcakes fue lo mismo, sin importar qué marca compre, simplemente el sabor del harina comercial no se compara con el que prepara una misma en casa, así que cuando me toca a mí preparar el desayuno, siempre preparo mis hotcakes "from scratch" (o como dice una amiga que dicen en Matamoros "de rascada" jajajaja ¿entienden? FROM SCRATCH= DE RASCADA #vivaelspanglish).



Últimamente me ha dado también por hacer waffles, la receta cambia un poco, y yo la he ido ajustando porque lo único que no me gusta de los hotcakes y los waffles es que me parecen nutricionalmente vacíos... mucho carbohidrato simple, poca proteína. Ya sé que puede complementarse el desayuno con proteína aparte, pero siempre me queda la sensación de que un desayuno de hotcakes o waffles es un desayuno "de postre".



Y en fin, para calmar mi conciencia, ajusté mi receta básica de waffles para crear unos "medio saludables" ya que usan harina integral, menos grasa y semilla de chía. A los niños les encantan y a mí más, hela aquí:



INGREDIENTES



1/2 taza de harina de todo uso o para pastel (quedan más esponjosos).

1/2 taza de harina integral

2 cucharadas de azúcar

1 cucharadita de polvo para hornear

1/4 de cucharadita de sal

1 taza de leche descremada 

2 huevos

2 cucharadas de mantequilla o margarina derretida

1 cucharada de chía





ELABORACIÓN



Precalentar la wafflera



En un bowl mezclar el harina, azúcar, polvo para hornear y sal



En otro bowl, mezclar la leche con el huevo e incorporar esta mezcla a la mezcla del harina cuidando de no mezclar demasiado.



Agregar la mantequilla o margarina derretida y la chía



Engrasar la wafflera (yo uso Pam) y siguiendo las instrucciones de su aparato, cocinar los waffles hasta que queden doraditos.



¡LISTO!



Ya con la miel de maple los niños ni notan la chía ni le hacen feo y así, pum, ya le agregaron proteína y otros nutrientes a su desayuno. Enjoy!









Monday, June 16, 2014

Días buenos y días malos

Todos tenemos días buenos y malos. En mis días muy buenos me voy a la cama con la satisfacción de haber cumplido con todas las cosas que están en mi lista mental de cosas por hacer: me levanté a las 5 am a hacer ejercicio, preparé café para mí y para mi esposo, me bañé en cinco minutos, me arreglé en otros 20, tendí todas las camas, vestí a los niños, empecé una carga en la lavadora, le di de desayunar a los niños y desayuné algo yo, peiné y le lavé los dientes a los niños y me salí con buen tiempo para llegar al trabajo 20 minutos antes.

En un día bueno todo va "smooth" en el trabajo, me da tiempo de hacer todo lo que tengo que hacer, sin contratiempos, sin problemas, todo fluye y voy tachando pendientes en mi libreta; salgo a comer algo sano y regreso a terminar más pendientes, a escribir y a estudiar (siempre estoy estudiando algo para tratar de estar actualizada y ganar puntos para la chamba). Salgo de trabajar a tiempo, llego a casa temprano, juego con los niños, ceno con toda la familia, levanto un poco la casa, baño niños, los visto, les lavo los dientes, les cuento un cuento (o dos... o tres), cantamos la canción de las buenas noches y se duermen; después, doblo ropa mientras veo las noticias, platico con el esposo, leo un rato y apenas dan las 10.30 pm cierro los ojos y a dormir.

Pero hay días, muchos, en que todo me sale "mal", me despierto más tarde de lo normal porque estoy agotada, no me da tiempo de hacer ejercicio, como puedo me baño y cuando me doy cuenta, ya se me hizo tarde y corro como loca para dejar camas tendidas y niños listos, me salgo sin desayunar porque cinco minutos más hacen la diferencia entre llegar a tiempo o quince minutos tarde... al final llego cinco minutos tarde y de repente nada coopera, peticiones extraordinarias, colegas difíciles y personal en aprietos, llamadas inesperadas, correos que hay que contestar de inmediato. Termino saliendo 40 minutos después de lo planeado (tras haberme atascado un sandwich poco saludable o un pedazo de pizza) y llego rayando a la casa, afuera de la cual mi hija me espera con su mochilita lista para su clase de piano mientras me dice "hurry up mami, we are going to be late! ¡Rápido mami!"; llegamos a tiempo pero no pongo atención a la lección porque sigo contestando correos del trabajo, después llegamos a cenar con un hambre de león y termino la rutina de la noche casi arrastrándome por el cansancio y la desilusión de un día poco menos que ideal.

Hay días peores, y suelen ser los días en los que un día malo se junta con un día ocupado del esposo, porque entonces termino pasando una o dos horas extra con los niños encerrada en la oficina y armándome de hojas de reciclaje, colores, clips, post- its y pegamento para tenerlos entretenidos; casi siempre son pacientes y juegan en silencio (son unos santos), pero a veces no me queda de otra más que zamparles una dona de chocolate mientras les ruego que me esperen otro ratito más. Ni qué decir de la cena que nos espera en caso de que mi santo esposo no haya dejado nada listo, no paso de poder hacer quesadillas y hot-dogs.

Al final, el objetivo es tener más días buenos que malos (y tratar de evitar los peores) pero si algo me ha enseñado la maternidad es que por más que planeemos las cosas siempre habrá imprevistos. Qué más quisiera que mi rutina se repitiera sin sobresaltos una y otra vez hasta el final de mis días (amo las rutinas y las listas y el orden) pero a veces no me queda más que respirar hondo y repetirme que mañana será un nuevo día y que tengo tantos y tantos años para hacer lo mismo que un día "malo"... o dos... o cinco... o diez seguidos no están tan mal.

Un día que tuvieron que acompañarme en la oficina hasta bastante tarde. Me comía la culpa pero luego corrieron felices en este puente peatonal que siempre está lleno mientras gritaban "this is so much fuuuun!". Tan nobles mis hijos.


Monday, May 26, 2014

El fin del largo invierno

Cuando alguien me dice que tengo mucha suerte al poder vivir en Canadá, irremediablemente pienso que lo dicen porque nunca han pasado ocho meses a temperaturas bajo cero y tapados de nieve.

No me mal interpreten, sí, tengo muy claro que vivir en Canadá es un gran privilegio, y adoro a este país y a su gente  (no en balde me casé con un canadiense), pero los inviernos son largos y duros (y eso que no vivimos más al norte); por algo en todo el país no hay más que 34.5 millones de habitantes a pesar de su enorme extensión.

Este invierno fue por demás difícil, nevó mucho y las temperaturas bajaron a tal grado que hacía frío en la casa a pesar de tener la calefacción a todo lo que da. El problema de este tipo de inviernos es que te obliga a pasar mucho tiempo encerrado, lo cual es una pesadilla para los niños, y a los pocos meses ya se hace sentir la "cabin fever", esa desesperación que te ocasiona el encierro. La falta de luz también tiene sus complicaciones, en especial para la gente sensible (como los niños... y como yo) porque te da sueño muy temprano y te cuesta levantarte por las mañanas.

La primavera tarda mucho en llegar, tanto que estamos a finales de mayo y apenas están subiendo las temperaturas y están floreando los árboles, pero cuando llega, llega con todo, y ya está verde mi jardín y lleno de flores mi manzano. Los niños corren felices, y aunque me cuesta trabajo acostarlos por las noches de tanta luz que hay (este lugar es un lugar de extremos), no puedo evitar sentirme feliz porque pueden salir sin toneladas de ropa encima y sin la preocupación de que se enfríen de más (o se les congele una oreja #truestory).

El sol, las flores, el verdor en todos lados y las temperaturas más altas han contrubuido a que nos sintamos más animados; es increíble la diferencia que hace el clima. Así que el objetivo de este verano es disfrutar el sol a todo lo que da y llenarnos de luz, tierra y hojas para poder aguantar el invierno que viene.

¡Al jardín!






Tuesday, May 20, 2014

La montaña rusa de los diagnósticos difíciles

¡Ah, los cambios bruscos de estado de ánimo! Ya me estoy acostumbrando a que serán parte de nuestra familia durante un tiempo. En un solo día, el esposo puede pasar de contar chistes espantosamente malos (que me hacen rabiar y/o llorar), a estar de un genio de los mil demonios, a estar como si nada, instalado en la más irracional de las negaciones ("no, yo creo que no me van a dar quimio porque... pues porque yo digo ¿no?"), a estar triste y temer lo peor.

El fin de semana, así de la nada, me miró con auténtico terror en los ojos y me dijo que acababa de leer que mucha gente no sobrevive más de diez años. "Eso significa que no voy a ver a mis hijos terminar la Universidad, ni voy a conocer a mis nietos. Eso significa que después de tantos sacrificios no voy a verte llegar a "E", el rango que tanto anhelamos los dos en tu carrera. Tanto que planeamos y trabajamos para llegar a ese punto y no lo voy a ver". Yo me puse seria, pero no me alteré y le aseguré que había muchos casos donde los sobrevivientes llegaban a muy viejitos, y que todo dependerá de cuál tratamiento sea el que debamos seguir y cómo se cuide.

Los cambios drásticos de humor de mi viejo, más que preocuparme (los entiendo como algo muy normal en este tipo de situaciones), me desgastan un poco; los chistes me ponen los pelos de punta porque no me hacen gracia en lo absoluto, y los bajones donde lo aqueja la tristeza me desarman porque ya no encuentro qué decirle y tampoco quiero llenarlo de ideas ni darle esperanzas totalmente fuera de la realidad. 

Como he dicho antes, lo importante es tomar todo este asunto día a día. La cita con el especialista no es sino hasta dentro de algunas semanas, y hasta entonces no sabremos qué tipo de tratamiento tendrá que seguir. Sabemos que la enfermedad es crónica, que está en un grado lo suficientemente avanzado para requerir tratamiento, pero no tan avanzado como para siquiera contemplar que no haya nada qué hacer. Fuera de eso no sabemos nada... aunque sí sabemos esto: Somos lo suficientemente fuertes para afrontar esto y mucho más juntos, con eso me quedo.

Monday, May 12, 2014

Saber mucho y no saber nada

Seguimos lidiando con el diagnóstico... pero aún no sabemos bien qué hacer con él porque faltan estudios y falta sentarnos con el especialista y que nos diga en qué grado está la enfermedad y qué tipo de tratamiento se requiere.

Siento como si todo se encontrara extrañamente suspendido sobre nosotros porque no podemos actuar ni tomar decisiones basados en lo poco que sabemos, así que aunque sabemos que todo va a cambiar, no sabemos de qué manera ni cómo tendremos que enfrentar la enfermedad y el tratamiento.

Por lo mismo, me es muy difícil leer la información confiable que está ya disponible para nosotros. Encontré una asociación maravillosa que se dedica a realizar investigación sobre leucemia y linfoma y a proveer apoyo a pacientes y familiares, pero aunque he entrado al sitio y leído superficialmente algunas secciones, me cuesta trabajo adentrarme en lo que estoy leyendo... quizá me parezca demasiado "real" y prefiera esperar a ver qué es exactamente a lo que nos estamos enfrentando, pero por lo menos siento el alivio de saber que encontraré el apoyo necesario cuando lo requiera.

Así que seguimos tratando de lidiar con el asunto un día a la vez aunque la espera es terrible y la incertidumbre nos desanima. Es difícil encontrar la manera adecuada de apoyar a quien atraviesa por tener que enfrentarse a su propia mortalidad. Trato de estar ahí, de sonreir, de hacer reir, de animar. El otro día el Maple Pie me dijo que tanto "todo va a estar bien" de mi parte lo estaba agobiando porque tanta repetición le hacía ver que quien necesitaba que alguien le asegurara que todo va a estar bien... soy yo. Estoy aprendiendo a ser su soporte y no es fácil, sobre todo porque a veces se cierra y no quiere hablar, pero a veces hace chistes terribles ante los cuales no sé cómo reaccionar (como este:  "hey, I only thought about cancer one time today! Yes, only one time in the morning and then it didn't stop ALL day!" LOL get it? One time, but it lasted ALL day! Funny, right?").

Y a veces, de la nada, me sale con cosas como pedirme que pongamos en orden todos nuestros asuntos, cuentas, seguros de vida, fondos de educación, o hacerme que le prometa que si se pone muy mal lo llevaré a México ("I wanna be warm, I want it to be sunny") y que me haré cargo de que descanse por siempre ahí, en algún lugar donde siempre haya sol, y que mandaré a hacer una placa para ponerla al lado de la tumba de su mamá en British Columbia que diga "Gone to Mexico where it's sunny!". Yo le digo que sí,  que no se preocupe, que faltan cuarenta años para que todo eso pase, pero que si lo hace sentir bien que le prometa todo eso, se lo prometo.

Lo peor, sin embargo, fue cuando me preguntó "do you think Borre will remember me if I die in less than a year, or two years? I know Frijolita will, but will he? Will he remember me?". Claro que le dije que sí, que Borreguito sabe quién es ahora y tendría recuerdos de él, que yo me encargaría siempre de tener su memoria presente y que no se preocupara por esas cosas. Pero claro que se preocupa, y claro que me preocupo, porque el pensamiento que más trato de reprimir pero que más me pesa es cómo afectaría una pérdida así a mis hijos. Yo sé que, como sea, podré salir adelante y trataré de ser fuerte, pero ¿y mis hijos?

Mejor me regreso a no saber nada otra vez.

Thursday, May 8, 2014

Un día a la vez

Llevo varias semanas con la cabeza un tanto enredada, por momentos imaginando escenarios terribles o imposibles de tan optimistas. Semanas pensando que un día sonará el teléfono y escucharé un "resulta que todo fue un error" que hará que nuestra vida vuelva a la normalidad, o imaginando todas las dificultades que se nos vendrían encima si la llamada dice todo lo contrario.

Y en fin, semanas enteras de mucha confusión, de miedo y de tristeza. Llevo días pensando que quiero escribir, pero no me atrevía porque no sé si quiero que alguien me lea o no. Sé que no quiero que me lea mi familia, y no sé si quiero que me lean mis amigos. Pero luego recuerdo que escribir siempre me ha hecho bien y por eso estoy sentada aquí tratando de darle sentido a algo que todavía ni aterriza bien en mi cabeza.

La información que tenemos es poca, el diagnóstico parece muy firme, pero faltan muchas preguntas por responder, preguntas que ni siquiera nos hemos planteado bien de tan confundidos que estamos, pero también de tan temerosos que estamos de hacerlas. A Google ni me acerco, no tengo ganas de leer quién sabe qué tantas cosas terribles y términos como "survival rate" o "chemotherapy" me hacen apagar la computadora de inmediato.

Prefiero tomar un día a la vez...

Y la verdad es que soy la reina de la negación. La primera vez que me enfrenté a la muerte de un ser querido, lo recuerdo bien, me bloquée - sin dramatismos- y seguí hablando de lo que estaba hablando antes de escuchar la noticia, seguí planeando mi día y recuerdo haberle dicho a mi mamá "aja, ok, pero antes de irnos a la funeraria todavía vamos a ir a dejar a mi amiga a su casa ¿verdad?" ante los ojos asombradísimos de las dos (obviamente no la fuimos a dejar). 

Cuando se ha tratado de enfermedades o accidentes también me he negado a aceptar la gravedad de las situaciones. Con los problemas de corazón de mi abu siempre fue un aferrarme a pensar que no pasaba nada y que pronto se recuperaría (lo cual afortunadamente sí ocurrió) y con las enfermedades de una prima y un amigo muy querido, con toda la franqueza, jamás me cayó el veinte de la gravedad del asunto sino hasta que vi fotos de ellos hinchados y sin pelo... antes de eso nada, sí claro, la preocupación y la pena, pero nunca una comprensión consciente de que la amenaza de quedarme sin ellos era real. Y claro, cuando por fin lo entendí vinieron las lágrimas y la angustia, quizá por eso mi negación es tan fuerte, me protege.

Así que tal vez esto de tomar un día a la vez sea parte de mi negación. ¡Y cómo me he negado! Antes de que nos entregaran el diagnóstico llegué a imaginarme escenarios tan complejos como irrisorios: que había sido un error del laboratorio, que a lo mejor "algo" se traía entre manos mi esposo y me estaba inventando todo (!!!!), que quizá parecía una cosa muy mala pero probablemente era otra y pronto nos reiríamos del asunto... en fin.

Y aún cuando recibí en mis manos el papel con los resultados mi mente siguió buscando explicaciones alternas... le llamé a mi papá (que es médico) buscando que me dijera que lo que pasa es que los médicos canadienses son unos pendejos y que no me preocupara porque en México me iban a decir otra cosa totalmente diferente. Pero no me dijo eso, me tradujo a idioma- de- mortal- no- médico los resultados y decían lo mismo que el médico canadiense, que quizá entonces no es un pendejo, había dicho. Con todo, aún me aferré a la idea de que todo era un error cuando mi papá me dijo que el resultado manifestaba que aún hacían falta otros análisis, "¿entonces a lo mejor no tiene nada?"... sí, así de ese tamaño es mi negación.

Pero como soy persona de extremos quizá sea mejor que la otra alternativa (en inglés porque me parece que describe a la perfección mi manera de ser): Freak the fuck out. Es mejor detener mi imaginación y no permitirle sumirme en la angustia, el miedo y la tristeza. Mejor todo un día a la vez.

Así que así estoy, tratando de llevar mis días como siempre porque lo que sabemos es poco y lo que hemos tenido que hacer también es poco. Trato de no impacientarme con su cansancio permanente, con su falta de apetito y con sus cambios de humor. Trato de hacerme a la idea de que es mal paciente y que se enoja rápidamente cuando las cosas no salen como quiere. Tengo que aprender a no tomarme sus arranques de ira de manera personal, a escuchar y no hablar cuando se necesite, o a dar ánimos y palabras de aliento cuando se requiera.

A la gente que le he dicho, tuve que decirle ya fuera por un gran cariño o porque no me quedó de otra para explicar ausencias futuras y el aire distraído que seguramente he tenido y tendré, pero la verdad es que no quiero hablar mucho de ello, no quiero que me vean con cara de tristeza y mucho menos quiero escuchar que si le doy de comer semillas de manzana todo se resolverá, que no pierdo nada en darle un licuado de uva globo con todo y semilla y que confíe en la ciencia pero también en la naturaleza. No quiero escucharlo porque, repito, vamos un día a la vez y porque lo que sabemos es poco, tan poco que no sabemos qué hay que hacer, pero tampoco quiero escucharlo porque, ni modo, soy hija de médicos y las semillas de uva y comerse ajos enteros me valen madre. Esa es la verdad, me valen madre, igual que me vale si la prima del hermano de la abuela del amigo de la abuelita se curaron así. Qué bueno, pero me vale.

Un día a la vez. Antier lidiando con que no comiera todo el día y en la noche se zampara una bolsa enorme de papas fritas; ayer lidiando con su mal humor, hoy lidiando con el cansancio que no lo deja levantarse de la cama y con un aniversario de bodas extraño, no sé si apático, pero un tanto triste, como suspendido en el aire sin saber qué hacer con él. Lidiando en el mejor de los sentidos, buscando la mejor forma de reaccionar, de no hacer que la situación gire alrededor mío sino de él, de tratar que los niños  ni se enteren ni resientan nada; sonriendo y abrazando mucho a los tres para que sepan que los amo con todo lo que soy y lo que tengo, aguantándome las ganas de agarrar su cajetilla de cigarros del día, romper todos los cigarros y tirarlos a la basura.

Un día a la vez, tratando en la oficina de que casi nadie sepa, intentando que no se me agolpen ideas en la cabeza que no tienen que ver con el trabajo, haciendo uso de todas mis fuerzas para escuchar con paciencia los problemas -reales o imaginarios- de los demás sin decirles que no mamen, que esos no son problemas y me dejen de fastidiar, no usando las fallas de los demás para sacar toda la frustración que siento dentro.

Un día a la vez, tratando de seguir siendo la persona optimista y feliz que decidí ser hace ya tiempo atrás, usando el tiempo que paso en el tráfico para cantar y llorar cuando escucho una canción triste, para repetirme frases como "it's time to put your big girl panties on!" y recordarme que la actitud no es todo, pero casi, y que todo va a salir bien porque... no sé...

Quizá todo esto es un error.

Wednesday, April 23, 2014

La (segunda.... ehhhm, tercera) tragedia del diente

When it rains, it pours, dice mi marido. 

Hemos tenido varias semanas difíciles, llenas de preocupaciones y mal entendidos que nos tienen algo angustiados, y claro, a veces la vida se complica al grado que pasan y pasan cosas y ya no sabes ni dónde meterte.

Sin embargo, pasamos una Pascua bastante tranquila, en casa, juntos, llevando a cabo las tradiciones canadienses que mi marido sigue desde niño y comiendo rico. El lunes, que aquí es feriado por ser Easter Monday, planeamos un día divertido para los niños, que incluía llevar a Borre a su clase de natación e ir a comer y al cine. 

Todos los planes se fueron al traste cuando, al salir del deportivo, la puerta de salida, que inexplicablemente tiene un resorte potente, se le regresó a Borre golpeándolo con fuerza en la boca. El esposo de inmediato lo cargó para consolarlo y me lo llevó, pero no se había dado cuenta, hasta que le dije, que tenía la boca llena de sangre. Por supuesto lo primero que hice fue levantarle el labio para revisarlo, y ahí estaba, uno de sus dientes frontales roto.

Esta tercera tragedia (la primera fue esta) es mayor si tomamos en cuenta que hace menos de un año Borre requirió de un procedimiento dental extenso debido a que tenía caries severas y hubo que extraerle varios dientes y reconstruirle otros con coronas y carillas (esa fue la segunda tragedia). Este accidente rompió la carilla y también rompió el diente. 

Total, claro, a llamar de emergencia al dentista, a correr al otro lado de la ciudad a la consulta y a consolar al bebé y a la hermana, que estaba preocupada, a la vez que tratar de mantener la calma y recomponer el día. Es horrible ver sufrir a un hijo, pero decidí acompañarlo durante la endodoncia que tuvieron que hacerle (el nervio estaba totalmente dañado),  sostenerle las manos y cantarle para tranquilizarlo. 

Borre es un campeón, se portó muy bien y no se movió a pesar de que le dolía y no podía evitar llorar. Salimos del consultorio con un diente roto, hueco y con una curación y tendremos que esperar seis semanas para que se lo puedan reconstruir. Salimos también con un cuentononón que el deportivo tendrá que pagar (amo este país donde las responsabilidades de los accidentes se asumen).

Alguien me dijo que pensaba que no valía la pena repararle un diente de leche, pero a mí me parece injusto dejar a un niño de dos años chimuelo (¡especialmente de un diente frontal!) durante cinco años hasta que le salga el diente permanente. No es solo una cuestión de estética, Borre no puede hablar bien sin ese diente y la falta del mismo hace que se llene de saliva y babee por doquier... no me parece justo dejarlo así.

Así que ahora a esperar a la siguiente consulta, a que se le baje la hinchazón y le pase el dolor y a que a nosotros se nos pase el susto. Increíble todo lo que puede pasar en un momento, incluso cuando estás ahí al pendiente. Mi Borre además es un niño propenso a los accidentes, aún tiene el ojo morado después de una caída horrible en el aeropuerto hace menos de un mes, y le quedó una pequeña cicatriz producto de otro incidente con una mesa. Eso sin contar que aparentemente tiene un problema de estrabismo en un ojo (que ya estamos atendiendo) y su "lunarcito de carne" en la oreja derecha. My baby can't catch a break.

Saturday, April 5, 2014

Cuestión de disciplina

Pues vine, y ya casi me voy otra vez. Decidí venir a presentar concurso de ascenso (bautizado por mí como "The Hunger Games") a pesar de que mis posibilidades son extremadamente magras. Una parte de mí sentía una enorme culpa por dejar al marido y la oficina durante dos semanas para terminar siendo masacrada por los sinodales, pero resultó que la experiencia -que aún no termina- me ha dejado un gran aprendizaje que espero tenga un impacto a largo plazo.

El concurso es largo, estresante y desconcertante; se divide en etapas y al término de cada una cada quien cuenta con un puntaje que lo va acomodando en un ranking y solo ascienden quienes estén dentro de los primeros lugares (hay un número limitado de plazas). La primera parte consiste en una revisión del expediente personal, incluyendo evaluaciones anuales, puntos por actividades académicas y un escrito donde uno mismo debe defender las razones por las cuales merece ascender.

Al final de esa primera etapa ya había quedado muy atrás, y estaba decepcionada porque no me parecieron justas ni las evaluaciones ni la calificación de mi escrito, además de que me sentí frustrada por no tener más puntos académicos. Me enojé mucho y en principio había dicho que no vendría, pero mi marido y mis papás me convencieron y después de la segunda etapa (una revisión de la primera donde puedes solicitar aclaraciones) bueno, heme aquí.

¿Me preparé para la tercera etapa? La verdad creo que no, y lo digo porque nunca me diseñé un plan de estudio y me limité a ponerle más atención a las noticias y a tratar de seguir más puntualmente los temas que "supuestamente" me interesan... y digo supuestamente porque a veces siento que no sé qué es lo que me interesa, o más bien, las cosas que verdaderamente me interesan parecen no tener cabida en mis labores diarias, y las que deberían interesarme no me apasionan lo suficiente. Tema de otro post.

Pero bueno, después de un viaje infame del cual ya no me quiero acordar (te odio United Airlines) llegué a casa con mis papás, descansé medianamente durante un día (porque NIÑOS) y me fui a hacer mi examen escrito.

Y a partir de ese día sucedió algo interesante. Primero, me di cuenta de que la mayor dificultad de estos concursos es que compites contra gente de altísimo nivel. Cuando fue mi concurso de ingreso, competí contra algo más de 1,000 personas por 25 plazas, pero con toda franqueza, la gran mayoría no tenían nada qué hacer ahí; el verdadero concurso fue quizá entre, no sé, 300 personas, si acaso. Los concurso de ascenso son diferentes porque ahora te enfrentas a 100 personas por 20 plazas, pero esas 100 personas tienen un nivel similar, o superior al tuyo. Son los Hunger Games, The Quarter Quail: Victors VS Victors.

Darme cuenta de eso, lejos de intimidarme, me hizo darme cuenta realmente de qué tipo de juego estamos jugando. La competencia es tan dura, que no queda más que superarse a sí mismo y realizar un trabajo continuo y consciente para ello.

Por ejemplo, una querida amiga mía, terminó su ensayo en, no sé, menos de dos horas y sacó una de las mejores calificaciones, igual que otra queridísima amiga que terminó hasta el final. La primera tiene, sin duda, un don difícil de igualar o superar, eso es talento y no otra cosa. La segunda tiene el don de la dedicación absoluta y la disciplina, que combinada con su talento, le traen siempre muy buenos resultados.

A mí me fue... bien, así, a secas. Bien porque no hice el ridículo, pero tampoco obtuve un resultado extraordinario. El año pasado recuerdo haber salido del examen escrito sintiéndome MUY BIEN, y la decepción fue mayúscula cuando vi mi calificación . Este año salí con sentimientos encontrados, en su momento sentí que había hecho lo posible, pero me quedaba la inquietud de si podría haberlo hecho mejor (la calificación me demuestra que sí). Ya en casa pasados unos días releí mi ensayo y me di cuenta de que tenía algunos saltos de ideas y un par de imprecisiones que seguramente me costaron varios puntos.

Entonces, como decía, me di cuenta de que la competencia es de primer nivel y de que la mayoría de mis compañeros y amigos tienen destacadas capacidades por lo que sin duda se trata de un concurso difícil ya que las plazas son sumamente limitadas.

De lo segundo de lo que me di cuenta fue de que, con toda honestidad, ha habido muchas fallas por mi parte y que me están costando caro. Desde que releí mi ensayo, no ha dejado de resonar en mi mente algo que me dijo mi maestra de piano hace muchos años: "Esto es 25% talento y 75% disciplina"; aunque ella se refería a la música, lo mismo aplica para mi carrera y para muchas cosas más. Durante los veintitantos años que toqué piano, nunca me consideré particularmente talentosa, pero precisamente por eso, fui muy dedicada y muy disciplinada. 

Esa disciplina que me dio la música la trasladé a las demás áreas de mi vida y eso explica por qué me fue tan bien en la Universidad y por qué ingresé al gremio. Sin duda algunos de mis compañeros que ingresaron no estudiaron o estudiaron poco, pero yo no podía darme ese lujo, yo estudié y me esforcé muchísimo para presentar el concurso de ingreso, sin excusas, sin pretextos y con una rutina feroz, cuadrada y precisa. Claro, no tenía hijos y tenía 23 años, pero tenía un trabajo de tiempo completo en otro país, así que tenía que organizarme bien.

No puedo dejar de sentir que he perdido esa capacidad de concentrarme al grado de antes. Aunque sigo siendo bastante organizada y soy fiel creyente de las rutinas (incluso estos días establecí una muy sencilla con los niños que me ha funcionado de maravilla), estos años desde que nacieron mis hijos han sido una vorágine de falta de sueño, ocupaciones - y preocupaciones nuevas-, cambios, dificultades y demás. No quiero poner a mis hijos de pretexto, pero la realidad es que pasé cuatro años y pico tratando de encontrar un punto de equilibrio que apenas siento que voy encontrando. Y claro, aquí habría que aclarar que si lo voy encontrando no es mérito mío sino del tiempo, porque mis niños son más grandes y sus necesidades cambian, dejándome un poco (pero solo un poco) más de tiempo para otras cosas.

Así que bueno, ya es hora de volverse a disciplinar y corregir fallas que se han ido acumulando; la primera, que he dejado de escribir. ¿Por qué? No ha sido tanto la falta de tiempo sino la falta de ganas de decir algo que quepa en más de un par de tuits. Este dejar de escribir me está pesando porque ya me di cuenta de que a la Mothership no le gusta cómo escribo  y no sé por qué, pero entonces es algo que hay que trabajar y justo ayer un amigo mío me decía que no hay nada mejor para escribir bien que escribir y escribir y escribir. Así que ese es mi propósito principal, escribir.

Y esa es la razón de este post. Es un intento quizá vano y poco acertado por volver a escribir, pero es un intento al fin, y es también un intento por poner en orden las conclusiones a las que he llegado después de este largo proceso que entra en su etapa final este lunes cuando presento mi examen oral. El año pasado me sentí fatal, espero que este año pueda defenderme mejor (por lo menos llego, creo yo, bastante mejor preparada). Sé muy bien que no voy a ascender, pero no tienen idea de lo mucho que me ha servido todo esto para poner manos a la obra porque ha aterrizado más en mí la noción de que debo escribir más, leer más, interesarme más en ciertos temas y no perder de vista que esta es una carrera de distancia y no de velocidad, pero que además requiere de mejor planificación de mi parte. El bosquejo está tomando forma en mi cabeza, veremos qué tanto éxito tiene mi idea en la próxima ocasión.

Monday, March 3, 2014

Cuando veas las barbas de tu vecino cortar...

Vivo fuera de México por mi trabajo, y mudarse de aquí a allá es parte del mismo. También es parte del mismo volver a México cada determinado tiempo. Recuerdo que cuando llevaba menos de cinco años en el exterior moría por regresar, me mataba la nostalgia y hubiera dado cualquier cosa por volver... pero no volví porque no me tocaba y porque las oportunidades que aparecieron nunca se concretaron. 

Al pasar el tiempo, dejé de sentir la necesidad apremiante de volver y comencé a acostumbrarme a vivir así, en el "exilio" que le llamo, pero sobre todo durante los últimos dos años, empecé a acostumbrarme a vivir en Canadá y a ser feliz aquí.

La realidad es que no fue nunca verdaderamente feliz en Atlanta, ni en China, y tampoco lo fui del todo en Ontario, pero Alberta me fascina a pesar de su cruel invierno que parece nunca terminar. Todos los días cuando manejo al trabajo puedo ver el centro de la ciudad con las montañas de fondo y me siento afortunada de vivir aquí. Sé que mi tiempo aquí está contado, pero con toda franqueza, esperaba que ese tiempo se prolongara un par de años más; en mi cabeza hacía cuentas y tenía la esperanza de que al momento de irnos, mis hijos ya estuvieran, los dos en la primaria.

Una temida lista que salió el viernes me trajo de regreso a la realidad. Cuatro años más aquí es absolutamente irreal si consideramos que llevo casi nueve años fuera como parte del gremio, diez contando el tiempo que pasé en Atlanta. De repente me cayó el veinte de que, si están regresando a colegas que llevan el mismo tiempo que yo, es muy probable que el año que entra me toque a mi volver.

El peso de esa realización no es para menos porque diez años fuera es mucho tiempo. Tengo 32 años, y eso significa entonces que he pasado una tercera parte de mi vida fuera de mi país. Regresar va a ser, sin duda, un shock parecido al que viví cuando me fui a vivir a China.

Hay muchas cosas que me preocupan y me asustan. México no es el mismo país que dejé, y tristemente no cambió para bien. Mis miedos van desde los más absurdos (¿qué voy a hacer sin Target?) hasta los más elaborados, me preocupa mi marido que no habla español y es rubio de ojos azules, me preocupan mis hijos con su mal español (¿y si se burlan de ellos en la escuela?); tengo miedo de que nos asalten, tengo miedo del tráfico y las largas distancias, pero sobre todo, tengo pánico de los horarios de trabajo que seguramente no me permitirán pasar tanto tiempo con mi familia. Se me apachurra el corazón de pensar que solo veré a mis hijos un ratito por las mañanas y los fines de semana, no puedo con la idea.

Pero falta mucho, por lo menos un año, y sin embargo, al ver a mis amigos y colegas iniciar el retorno a casa no puedo evitar pensar que pronto me toca a mí y la cabeza se me llena de preocupaciones y preguntas, aunque también de felicidad porque, finalmente, si elegí este camino fue, precisamente, por un amor profundo a mi país, y sé que necesito volver para reconectarme y para refrendar ese compromiso por México.

Y claro, la gran mayoría de la gente que quiero está allá. Mis papás, mis abuelos, mi hermano y su familia, mis tios, mis primos, mis amigos de toda la vida que no me han abandonado a pesar de la distancia. Tengo que regresar por ellos, tengo que regresar a abrazar fuerte a mis abuelos y a disfrutarlos lo más posible, a dejar que mis papás llenen a sus nietos de besos y de abrazos diarios. Tengo que regresar a reachilangarme, a dejar de temerle a esa ciudad gigante, ruidosa y desordenada y volver a hacerla mía. Tengo que volver a casa.

Aunque falte mucho, no está de más irme haciendo a la idea de que los febreros gélidos quedarán pronto en el pasado para darle paso a las jacarandas.