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Wednesday, February 29, 2012

En su justo lugar y perspectiva: Quejarnos menos y agradecer más

Aunque este invierno no ha sido tan crudo como los pasados, a mí ya me empezó a dar "cabin fever" y empieza a causarme un poco de ansiedad el sentirme encerrada y sin nada qué hacer con dos niños que, creo yo, necesitan mucho más movimiento que el que pueden tener en la casa. El problema aquí no es solo el invierno sino el hecho de que vivimos en un pueblito bicicletero que no tiene mucho qué ofrecer para los niños (y para nadie, la verdad) y todo lo que vale la pena está a una hora o más manejando, lo cual no es nada práctico, así que el fin de semana pasada pasé, no les miento, horas pensando en qué hacer para entretenernos y salir de la casa. Al final, se nos ocurrió llevar a los niños al alberca del complejo deportivo local para que todos pudiéramos pasar un rato agradable.

Cuando empecé a alistar a la familia para irnos, cometí un error garrafal: le puse el traje de baño a la Frijolita en la casa. Digo que fue un error porque ella se emocionó muchísimo y después no podía entender por qué queríamos ponerle encima otra vez la ropa de calle, la chamarra, las botas y el gorro ¿pues qué no íbamos a nadar? ¿qué cosa cruel era esta de ponerle el traje de baño y luego volverla a vestir? ¿acaso sus papás se habían vuelto locos? La Frijolita no estaba dispuesta a dejarse vencer y nos otorgó el que quizá ha sido el más grande berrinche que ha hecho hasta ahora.

La cosa con los berrinches es que son la única forma que tienen los niños muy pequeños de expresar su frustración. Yo trato de imaginarme que a los niños les sucede lo que a mí me pasaba TODOS los días cuando vivía en China: estás frente a alguien con quien piensas que no debería ser tan difícil entenderte pero ¡no entiendes nada! Y no solo eso sino que tampoco te entienden y la barrera del idioma se convierte de repente en algo tangible y sumamente frustrante que hace que te quieras tirar de los pelos. Yo lo viví durante tres años y, francamente, a veces me quería tirar al suelo a llorar, así que puedo comprender perfectamente que mi hija de dos años explote en un mar de lágrimas porque sus papás no están entendiendo lo que quiere comunicar. Créanme, es HORRIBLE.

Así que en general trato de tener toda la paciencia posible y seguir explicándole lo que pasa, con palabras simples, agachándome para estar a la misma altura, viéndola a los ojos. "Nena, te tenemos que vestir porque para ir a la alberca hay que salir a la calle y hace mucho frío". Nada, cuando el berrinche está a todo lo que da, es muy difícil pararlo. Con todo y que para todo lo demás en mi vida soy sumamente impaciente, increíblemente, los berridos de mis hijos no me alteran sino que bloqueo el ruido y me concentro en guardar la calma y resolver el problema. Lo malo es que el Maple Pie no es así y para él era muy difícil estar escuchando los gritos por demás agudísimos de la Frijolita y tratar de vestirla mientras ella se retorcía y se rehusaba a meter los pies en el pantalón. El berrinche terminó explotando por los dos lados, con el esposo enojado y queriendo abortar la misión porque "para qué todo este desastre si ya estamos todos de malas" (¿todos, kemo sabe?) "y además para el poquito tiempo que vamos a estar en la alberca, no vale la pena".

Así que me tocó armarme de más paciencia para terminar de vestir a la Frijolita, que seguía pataleando, consolarla, preparar al Borreguito, preparar las cosas de todos y convencer al esposo de seguir adelante con el plan. Funcionó y por fin salimos rumbo al deportivo, aunque a esas alturas, la única con media sonrisa en la cara era yo (bueno y el Borreguito porque no tenía ni idea de qué sucedía). El complejo deportivo, la verdad, está bastante bien y tiene en el área de la alberca un vestidor familiar mixto, con lockers y vestidores amplios, una maravilla. Ahí nos encontramos con una mujer, acompañada de otra más joven, que llevaba dos muchachos cercanos en edad que a mí me parecieron hermanos. Los dos muchachos claramente sufrían de discapacidad, pero la de uno de ellos era sumamente severa y contaba con una serie de deformaciones extremadamente graves que ni siquiera puedo describir, se encontraba, por supuesto, en una silla de ruedas.

Mientras alistábamos a nuestros niños, nos tocó ver cómo ellas alistaban a los dos muchachos y cómo preparaban al muchacho en silla de ruedas para ponerlo en una silla especial para meterlo a la alberca (el complejo tiene rampas en la alberca pues dan terapias de rehabilitación física). Salimos hacia la alberca casi al mismo tiempo que ellas y después, mientras nosotros jugábamos con los niños en la parte baja, aquella mujer realizaba ejercicios con los dos muchachos ayudada por la otra chica, que supongo era la terapeuta.


Este episodio fue un momento de mucha reflexión para mí. Ahí estábamos nosotros dos, con nuestros dos hijos sanos, nadando porque estábamos aburridos en la casa y planeando una noche simple de pizza y películas; mientras tanto, ahí estaba esa mujer con sus dos hijos discapacitados, haciendo ejercicios de rehabilitación para poder darles una mejor calidad de vida. No quiero decir que su vida sea peor o mejor que la mía, es simplemente una vida diferente, pero eso sí, mucho más difícil y me atrevo a decir, llena de dolor.


La lástima es un sentimiento negativo y no fue eso lo que me invadió, pero sí se apoderó de mí una fuerte sensación de agradecimiento, humildad y un poco de vergüenza. Otra vez, por pura casualidad, créanme, nos tocó encontrarnos en el vestidor y al mismo tiempo empezamos a preparar a nuestros hijos para partir. Está por demás decir que nosotros, con dos niños pequeñitos, chamarras, botas, gorros y guantes, terminamos primero. Cuando nos fuimos, me despedí de ellos con un "bye, have a great day". Me quedé pensando mucho y lo que quiero compartir con ustedes es esto:


¿Cuántas veces nos quejamos de nuestros hijos o perdemos la paciencia con ellos sin ponernos a pensar si realmente vale la pena sentirnos así y si estamos siendo justos con nosotros y con ellos?


¿Cuántas veces, por el contrario, ponemos las cosas en perspectiva y nos ocupamos más en agradecer que en quejarnos?


Si el mayor problema que tenemos con nuestra hija es que hizo una pataleta y no se dejaba poner la ropa porque no nos estábamos entendiendo con ella, creo que somos extremadamente afortunados.


Si el mayor problema que tenemos con nuestro hijo es que no le gusta estar mucho tiempo solo y a veces no me da tiempo de tomar el baño largo que añoro, creo que somos extremadamente afortunados.

Somos afortunados por el hecho de que somos padres, porque nos pudimos embarazar rapidísimo las dos veces, porque, con todo y las incomodidades y dolores normales, viví dos embarazos saludables y que llegaron a término y porque me entregaron dos bebés sanos en todos los sentidos habidos y por haber.

Si mi mayor tragedia en la vida es que no pude parir a mis hijos de manera natural, en agua y en mi casa como yo quería y tuve que pasar por dos cesáreas, soy afortunada. Si mi mayor frustración con mi hija es que, por las razones que sea, no la amamanté como quise, soy afortunada. Si mi mayor preocupación cuando nació mi hijo fue que nació con una pequeña bolita en el lóbulo derecho ("skin tag" o "lunar de carne" me han dicho que se dice), soy extremadamente afortunada.


Todo fuera como eso.


Mi admiración completa y total para los padres que con su mayor esfuerzo y amor crían a un hijo con alguna discapacidad o problema. No puedo siquiera empezar a imaginar lo difícil que debe ser en todos los aspectos. Quizá no puedo hacer nada para aminorar su carga, pero la enseñanza que nos dejan a los demás papás todos los días no debe pasar desapercibida. 


De verdad me parece que no hacemos el suficiente esfuerzo todos los días por darnos cuenta de lo afortunados que somos, pero no solo eso, por poner en perspectiva los pequeños inconvenientes del día a día, que si el niño no se comió todas sus verduras, que si la niña se arrancó los moñitos del pelo que tanto trabajo nos costó ponerle, que si se ensuciaron el trajecito que les pusimos,  que si no dejan de decir "mami, mami, mami, mami" mientras caminan tras de nosotras cuando estamos haciendo una llamada importante... en fin, tantas y tantas cosas pequeñas y sin importancia que nos tomamos demasiado a pecho sin ponernos a pensar en la fortuna que tenemos en tener hijos que pueden moverse, caminar, hablar y hacer travesuras.


Todo fuera como eso ¿no creen?

Monday, February 6, 2012

Carta a una amiga primeriza

¡Qué gusto leerte y saber de ti y tu bebé, que ya cumplió un mes!

Pues qué te digo, no pasa nada con la cesárea, yo en su momento me desilusioné y sufrí mucho, siempre quise un parto natural y siento que me perdí una experiencia fundamental; sin embargo, con el tiempo me parece que es tan solo el inicio de un camino que ya no se termina para nosotras -pues seremos madres SIEMPRE- y que lo que cuenta es cómo vivimos ese camino. El ser buena o mala madre no depende de cómo traemos a nuestros hijos al mundo, ni de si damos pecho o no... es más, creo que el ser buena o mala madre es algo que vamos construyendo todos los días de nuestra vida y que nunca termina por definirse en términos absolutos (todas nos equivocamos intencionalmente y sin querer).

Me da gusto que te estés recuperando rápido. La recuperación de mi primera cesárea, la verdad, fue dolorosa y complicada, pero la segunda se me hizo de lo más facilita en comparación y me recuperé rapidísimo y bien.

Lo importante, sin duda, es que tu nena está bien  (¡nació grandísima, felicidades!). Las primeras semanas en términos de lactancia, y de TODO lo demás, son complicadas y creo que a veces nos pintan todo tan de color de rosa que sentimos la obligación de estar felices y en éxtasis maternal SIEMPRE y no nos damos la oportunidad de aceptar y manejar los sentimientos complicados que nos invaden.

El puerperio es sin duda el periodo de mayor susceptibilidad de las mujeres. Creo que en ninguna otra situación te invaden al mismo tiempo y con tanta fuerza tantos sentimientos opuestos: felicidad, cansancio, preocupación, enojo, angustia, amor, agobio ¡todo! Es muy normal sentirse totalmente feliz y totalmente apanicada al mismo tiempo porque es la primera vez que nos enfrentamos a una personita que depende total y absolutamente de nosotras y que, además, es MUY DEMANDANTE.

La lactancia al principio es difícil no solo en términos de postura (no nos sabemos acomodar porque ya casi no vemos mujeres amamantando... en cambio claro que sabemos cómo se da el biberón ¿no?), sino que las primeras semanas es un proceso muy tardado. Yo te confieso que con la Frijolita hasta me aburría y entre que no tenía buen agarre y me dolía muchísimo, nunca aprendí a disfrutar de esos momentos (lo que aunado a otros factores hizo que al final fracasara nuestra lactancia) y me sentía culpable de aburrirme de la idea de que tenía que estar con el bebé pegado por casi una hora solo viéndolo como en pintura del Renacimiento (ya sabes, con un halo de luz alrededor y cara de amor infinito y demás). Con Borreguito me recomendaron que leyera, viera tele o jugara en el iPhone en Twitter o Facebook y eso ayudó mucho a distraerme, lo cual me facilitó disfrutar más de las tomas y, sí por momentos largos hasta parecer pintura del Renacimiento.

Así me veía yo el primer mes... ajá, cómo no

Al principio los bebés tardan mucho porque están aprendiendo y porque no están sacando bien la leche todavía, pero no te preocupes, aprenden pronto; el Borreguito ahora se tarda entre 10 y 20 minutos por toma (dependiendo de si tiene mucha hambre y si toma de los dos lados, etc.).

Los horarios matan la lactancia, así que te recomiendo que tú sigas tu instinto y le des a libre demanda. Mi Borre come CUANDO QUIERE, y mis únicos horarios estrictos son los de extracción en la oficina. Te la vas a pasar escuchando "¿otra vez va a comer?" y aunque es un comentario molesto, lo mejor es hacer oídos sordos y contestar "" Y YA. Yo de plano ya razoné que si no son sus chichis ¿qué les importa? Y un día sí le dije a mi cuñada que no entendía por qué le agobiaba tanto si la que hacía la chamba soy YO (a lo que me dijo "es que me preocupo por ti" y contesté "pues NADA de qué preocuparse YO ESTOY BIEN" y fin del tema). El argumento científico es que la leche materna se digiere mucho más rápido... y bueno, tan simple como que si un adulto come ensalada y atún tendrá hambre más pronto que si se come una torta de tamal con atole y eso no significa que sea mejor lo segundo. A veces me suena eso de "llenarlos mejor con fórmula" como si la gente pensara empachar o indigestar al bebé fuera mejor para que los adultos descansen ¡qué egoístas somos!

Existen periodos más demandantes que otros, sobre todo los primeros meses. Yo ya pasé por algunos picos de crecimiento (¡click, click, click!) donde el bebé comía tanto y tan seguido que yo sentía que se me iba la vida por los pechos (a eso súmale que tenía a la Frijolita celosa y demandando atención) y por los periodos de "cluster feeding and fussy evenings" (perdona, no conozco los términos correctos en español pero ahí está al link con la información) que también me agobiaban muchísimo. La lactancia no siempre es fácil... vamos, no siempre es algo que adoras hacer, hay días que estás cansada, adolorida y harta y eso es algo que tenemos que reconocer, pero la recompensa es muy grande y vale mucho la pena. En su momento, a mí me sirvió mucho leer este pequeño artículo "Are Mothers Supposed to Love Breast- Feeding 24 hrs. a Day?", espero que te sirva también.

 Quisiera también decirte un pequeño y sucio secreto: Eso de que los bebés duermen la noche completa si les das fórmula es un mito cruel y despiadado... y lo llamo cruel y despiadado porque la realidad es que no necesariamente vas a lograr que duerma toda la noche, pero sí vas a lograr darle en la torre a tu lactancia. Cada toma que sustituyes contribuye a que tu producción de leche disminuya y se va generando una cadena que termina en que, ahora sí, de verdad, no tienes leche y ahí terminó todo.

Mi hija fue niña de fórmula de forma exclusiva desde los tres meses y JAMÁS ha dormido toda la noche (y ya tiene dos años ¿eh?). El sueño de los niños es ooootro aspecto lleno de mitos y medias verdades. Creo que la única verdad que hay es que cada niño es diferente y algunos regulan el sueño antes que otros. La edad en la que en general todos los niños ya duermen la noche de corrido es ¡cuatro años! (yo me echo porras diciéndome que ya nomás me faltan dos, wiiiiii), pero aparentemente medimos nuestro éxito como padres por las horas en la noche que duermen nuestros hijos y parece competencia "uy la mía duerme toda la noche desde que tenía un minuto y medio de nacidaaaaa", "ay no, mi hijo JAMAS se ha despertado en la noche ¿eh?", etc., etc., etc.... zzzzzzzzzzzzzzzzzzzz (¿cuánto quieres apostar a que la mayoría MIENTE?). Así que... bueno, las desveladas son parte de este negocio y qué le vamos a hacer, nuestra vida cambia diametralmente y las noches están incluídas, pero esto también pasará.

Que si vas a sufrir regresando a trabajar... pues, claro, no te voy a decir mentiras, sí se siente feo, pero eso tampoco depende de si das fórmula o leche materna, depende más bien del hecho de que no existe un sistema de conciliación maternidad/trabajo real y las mujeres, aunque los hombres también, vivimos partidas en dos tratando de malabarear todo. A ese respecto, lo que yo te puedo decir es que, aunque es difícil poner nuestras aspiraciones profesionales en "hold", a tus hijos no te los regresa NADIE. Nunca vuelven a ser bebés, y verás que crecen tan rápido que en un abrir y cerrar de ojos ya son "niños grandes" y yo prefiero estar ahí, viendo cómo cambian y van aprendiendo, aunque tenga que pasar otros varios años en donde estoy. El seguir amamantando aunque trabajes, para mí, es una manera de reforzar la conexión con tu hijo, de "estar ahí" aunque no estés y de seguir dándole lo mejor. Que requiere de disciplina, esfuerzo y de un muy buen extractor y un jefe comprensivo, SÍ, pero vale muchísimo la pena, sobre todo cuando vas a revisión con el médico y éste te felicita por lo bien que está creciendo tu bebé ¡solo con tu leche! (si eso no es un súperpoder entonces ¿qué?).

Por ahora disfruta mucho lo que queda de tu licencia de maternidad. Yo sé que este periodo es agobiante y agotador, y sé que de seguro sientes que la casa se te derrumba mientras que tú no tienes tiempo de nada más que de amamantar y cambiar pañales. También me pasó, y a veces me sigue pasando por tener dos niños chiquitos, que no tienes tiempo ni de ir al baño ni de bañarte ¡mucho menos de peinarte o maquillarte! Sientes que te la vives en los mismos pants de siempre y que lo único que te falta es que te vuelen mosquitas alrededor de la cabeza. A mí me invade la furia cada que alguien se refiere a mi licencia de maternidad como "vacaciones" ¿¡VACACIONES!? Como si una descansara...

Pero todo esto pasará... también el cocktail de hormonas que hace que reacciones de formas extrañas. Yo con la Frijolita lloraba mucho, mucho, mucho y no entendía por qué. Estaba tan sensible que un simple "chiste" de mi papá (me dijo "ay cómo la adoro, te la voy a quitar, te voy a mandar de regreso a Canadá sin ella y me la voy a quedar como si fuera mía") me hizo llorar por HORAS... las hormonas me tenían tan loca que yo pensaba que hablaba en serio y tenía miedo de que me quitara a mi hija. En otras cosas, sin embargo, era muy alivianada, nunca le pedí a nadie que se desinfectara las manos antes de tocarla porque tengo la idea bizarra de que es "mejor" que se expongan de manera normal al bicherío del mundo para que construyan defensas naturales (y quién sabe si sea cierto, digo, tampoco es que la aventara al lodo en la calle, pero no me angustiaban los gérmenes del exterior) y le daba los biberones "al tiempo" para horror de mis papás; pero pooooooobre de aquel que hiciera ruido en presencia de mi hija, no porque la despertaran sino porque en mi mentecita hormonal, sus oídos tan pequeños y sensibles podrían dañarse son sonidos estridentes (creo que mandé a mi mamá a pedirle al vecino que callara a su pastor alemán un par de veces). También recuerdo que me daban ataques de angustia antes de registrarla porque yo JURABA que me la querían robar (¿quién? ¡Quién sabe! ¡TODOS!) y me urgía que me dieran sus actas de nacimiento.

Así que, no te preocupes, todo lo que sientes y piensas es perfectamente normal. Ser mamá es una montaña rusa de emociones y es el trabajo más demandante física y emocionalmente que existe... pero lo estás haciendo bien, todas lo estamos haciendo bien cuando actuamos siguiendo nuestro instinto y guiadas por el amor que le tenemos a nuestros hijos. Todo vale la pena cuando los ves creciendo bien, sanos y felices. Todo, las desveladas, los kilos de más, las cicatrices, los pezones adoloridos, el cansancio, todo vale la pena cuando te sonríen (qué baratos salimos ¿no? Jeje).

Rodéate de mamás que piensan como tú, ya sea "en vivo" o por medio de Twitter o Facebook, verás que sentir el apoyo de mamás que crían de la misma manera que tú te dará mucha fuerza y mucha información para seguir adelante en el camino que escojas. En lo personal, nosotros seguimos el método de "crianza con apego" (o Attachment Parenting) y el haber encontrado tantos recursos en línea y tantos papás que piensan como nosotros, nos da las herramientas necesarias para enfrentar las críticas y para encontrar ideas sobre cómo manejar todos los aspectos de nuestra paternidad. Lo mismo va para tu pediatra, nosotros sin querer caímos en las manos de un médico joven que practica y promueve la crianza con apego (lactancia, porteo de bebés, colecho, etc.) y eso también nos da más tranquilidad y promueve un clima de confianza con el doctor que nos ha servido mucho.

A pesar de que mi carta es muy larga  (espero no te me hayas quedado dormida por ahí), mi consejo más importante es que disfrutes muchísimo a tu hija. Los hijos crecen muy rápido, demasiado rápido, son como agua que se te va de las manos sin poder nunca cogerla del todo; un día abres los ojos y ya se sientan, otro día los abres y ya caminan, al otro ya dicen "mamá" y en uno más ya no quieren que les ayudes a ponerse los zapatos. Yo no puedo creer que mi Frijolita ya tenga dos años, que corra y hable, que se vista y coma sola y que le guste bailar. A la vez no puedo creer que mi Borreguito ya tenga cuatro meses, que se ría y me mire con la misma adoración con la que yo lo veo a él. Ese aliento de lechita, ese sonido de su risa, esa cabecita que aún se tambalea... todo eso se pasa muy rápido, disfrútalo lo más que puedas, bésala, abrázala, huélela, siéntela porque esa bebita, ESA, ya no regresa, siempre cambia, siempre es otra. Ámala con todo y lo demás... se irá acomodando solo, es cuestión de tiempo y de paciencia.