Pages

Monday, June 16, 2014

Días buenos y días malos

Todos tenemos días buenos y malos. En mis días muy buenos me voy a la cama con la satisfacción de haber cumplido con todas las cosas que están en mi lista mental de cosas por hacer: me levanté a las 5 am a hacer ejercicio, preparé café para mí y para mi esposo, me bañé en cinco minutos, me arreglé en otros 20, tendí todas las camas, vestí a los niños, empecé una carga en la lavadora, le di de desayunar a los niños y desayuné algo yo, peiné y le lavé los dientes a los niños y me salí con buen tiempo para llegar al trabajo 20 minutos antes.

En un día bueno todo va "smooth" en el trabajo, me da tiempo de hacer todo lo que tengo que hacer, sin contratiempos, sin problemas, todo fluye y voy tachando pendientes en mi libreta; salgo a comer algo sano y regreso a terminar más pendientes, a escribir y a estudiar (siempre estoy estudiando algo para tratar de estar actualizada y ganar puntos para la chamba). Salgo de trabajar a tiempo, llego a casa temprano, juego con los niños, ceno con toda la familia, levanto un poco la casa, baño niños, los visto, les lavo los dientes, les cuento un cuento (o dos... o tres), cantamos la canción de las buenas noches y se duermen; después, doblo ropa mientras veo las noticias, platico con el esposo, leo un rato y apenas dan las 10.30 pm cierro los ojos y a dormir.

Pero hay días, muchos, en que todo me sale "mal", me despierto más tarde de lo normal porque estoy agotada, no me da tiempo de hacer ejercicio, como puedo me baño y cuando me doy cuenta, ya se me hizo tarde y corro como loca para dejar camas tendidas y niños listos, me salgo sin desayunar porque cinco minutos más hacen la diferencia entre llegar a tiempo o quince minutos tarde... al final llego cinco minutos tarde y de repente nada coopera, peticiones extraordinarias, colegas difíciles y personal en aprietos, llamadas inesperadas, correos que hay que contestar de inmediato. Termino saliendo 40 minutos después de lo planeado (tras haberme atascado un sandwich poco saludable o un pedazo de pizza) y llego rayando a la casa, afuera de la cual mi hija me espera con su mochilita lista para su clase de piano mientras me dice "hurry up mami, we are going to be late! ¡Rápido mami!"; llegamos a tiempo pero no pongo atención a la lección porque sigo contestando correos del trabajo, después llegamos a cenar con un hambre de león y termino la rutina de la noche casi arrastrándome por el cansancio y la desilusión de un día poco menos que ideal.

Hay días peores, y suelen ser los días en los que un día malo se junta con un día ocupado del esposo, porque entonces termino pasando una o dos horas extra con los niños encerrada en la oficina y armándome de hojas de reciclaje, colores, clips, post- its y pegamento para tenerlos entretenidos; casi siempre son pacientes y juegan en silencio (son unos santos), pero a veces no me queda de otra más que zamparles una dona de chocolate mientras les ruego que me esperen otro ratito más. Ni qué decir de la cena que nos espera en caso de que mi santo esposo no haya dejado nada listo, no paso de poder hacer quesadillas y hot-dogs.

Al final, el objetivo es tener más días buenos que malos (y tratar de evitar los peores) pero si algo me ha enseñado la maternidad es que por más que planeemos las cosas siempre habrá imprevistos. Qué más quisiera que mi rutina se repitiera sin sobresaltos una y otra vez hasta el final de mis días (amo las rutinas y las listas y el orden) pero a veces no me queda más que respirar hondo y repetirme que mañana será un nuevo día y que tengo tantos y tantos años para hacer lo mismo que un día "malo"... o dos... o cinco... o diez seguidos no están tan mal.

Un día que tuvieron que acompañarme en la oficina hasta bastante tarde. Me comía la culpa pero luego corrieron felices en este puente peatonal que siempre está lleno mientras gritaban "this is so much fuuuun!". Tan nobles mis hijos.