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Monday, March 3, 2014

Cuando veas las barbas de tu vecino cortar...

Vivo fuera de México por mi trabajo, y mudarse de aquí a allá es parte del mismo. También es parte del mismo volver a México cada determinado tiempo. Recuerdo que cuando llevaba menos de cinco años en el exterior moría por regresar, me mataba la nostalgia y hubiera dado cualquier cosa por volver... pero no volví porque no me tocaba y porque las oportunidades que aparecieron nunca se concretaron. 

Al pasar el tiempo, dejé de sentir la necesidad apremiante de volver y comencé a acostumbrarme a vivir así, en el "exilio" que le llamo, pero sobre todo durante los últimos dos años, empecé a acostumbrarme a vivir en Canadá y a ser feliz aquí.

La realidad es que no fue nunca verdaderamente feliz en Atlanta, ni en China, y tampoco lo fui del todo en Ontario, pero Alberta me fascina a pesar de su cruel invierno que parece nunca terminar. Todos los días cuando manejo al trabajo puedo ver el centro de la ciudad con las montañas de fondo y me siento afortunada de vivir aquí. Sé que mi tiempo aquí está contado, pero con toda franqueza, esperaba que ese tiempo se prolongara un par de años más; en mi cabeza hacía cuentas y tenía la esperanza de que al momento de irnos, mis hijos ya estuvieran, los dos en la primaria.

Una temida lista que salió el viernes me trajo de regreso a la realidad. Cuatro años más aquí es absolutamente irreal si consideramos que llevo casi nueve años fuera como parte del gremio, diez contando el tiempo que pasé en Atlanta. De repente me cayó el veinte de que, si están regresando a colegas que llevan el mismo tiempo que yo, es muy probable que el año que entra me toque a mi volver.

El peso de esa realización no es para menos porque diez años fuera es mucho tiempo. Tengo 32 años, y eso significa entonces que he pasado una tercera parte de mi vida fuera de mi país. Regresar va a ser, sin duda, un shock parecido al que viví cuando me fui a vivir a China.

Hay muchas cosas que me preocupan y me asustan. México no es el mismo país que dejé, y tristemente no cambió para bien. Mis miedos van desde los más absurdos (¿qué voy a hacer sin Target?) hasta los más elaborados, me preocupa mi marido que no habla español y es rubio de ojos azules, me preocupan mis hijos con su mal español (¿y si se burlan de ellos en la escuela?); tengo miedo de que nos asalten, tengo miedo del tráfico y las largas distancias, pero sobre todo, tengo pánico de los horarios de trabajo que seguramente no me permitirán pasar tanto tiempo con mi familia. Se me apachurra el corazón de pensar que solo veré a mis hijos un ratito por las mañanas y los fines de semana, no puedo con la idea.

Pero falta mucho, por lo menos un año, y sin embargo, al ver a mis amigos y colegas iniciar el retorno a casa no puedo evitar pensar que pronto me toca a mí y la cabeza se me llena de preocupaciones y preguntas, aunque también de felicidad porque, finalmente, si elegí este camino fue, precisamente, por un amor profundo a mi país, y sé que necesito volver para reconectarme y para refrendar ese compromiso por México.

Y claro, la gran mayoría de la gente que quiero está allá. Mis papás, mis abuelos, mi hermano y su familia, mis tios, mis primos, mis amigos de toda la vida que no me han abandonado a pesar de la distancia. Tengo que regresar por ellos, tengo que regresar a abrazar fuerte a mis abuelos y a disfrutarlos lo más posible, a dejar que mis papás llenen a sus nietos de besos y de abrazos diarios. Tengo que regresar a reachilangarme, a dejar de temerle a esa ciudad gigante, ruidosa y desordenada y volver a hacerla mía. Tengo que volver a casa.

Aunque falte mucho, no está de más irme haciendo a la idea de que los febreros gélidos quedarán pronto en el pasado para darle paso a las jacarandas.